A veces no se si ponerme a rezar o a maldecir. Particularmente cuando me invade el desconcierto porque se empiezan a reiterar cosas que no comprendo como pueden pasar, cosas que cuando ocurren nos brota de manera espontánea una exclamación del tipo de: ¡No puede ser! Cosas que agravian nuestra mexicanidad y que en el cotidiano parece que son trivialidades y que cuando se exhibe la falta nos responden con un “exageras”, cuando el ánimo del interpelado es condescendiente o con un “estas chocheando”, cuando la respuesta llega con aire de fastidio.
Dicho comentario viene a cuento porque desde hace algún tiempo he venido observando con pesar y desconcierto, como ya advertí, que los jóvenes, los no tan jóvenes, los cultos, los no tan cultos, los presuntuosos y los medio presuntuosos, cada vez más y con mayor naturalidad y desenfado utilizan la expresión ¡WOW¡ para denotar un asombro extraordinario por algo que generalmente comentan entre ellos:
- No es cierto, estas estrenando coche, ¡WOW!, ¡dime que sí!
- ¡WOW! Lupita, te ves super …
- ¡WOW! Pepito, sacaste 10 en inglés, eres un genio, ese es m’hijo.
Así, nos podemos seguir sin freno porque ya se volvió parte de nuestro cotidiano hablar. Al principio yo escuchaba la expresión de asombro sin captarla. Yo oía algo como ¡guau!. No la entendía y realmente no sabía ni su significado ni su aplicación y mucho menos que la paternidad de la palabrita era gringa. Bueno, al tiempo la entendí, reconozco mis limitaciones, busqué en el diccionario y encontré que significa increíble. Hasta ese momento pensaba, sin darle mayor importancia, que eran modas coloquiales entre los jóvenes.
Sin embargo, tal perspectiva cambió cuando en una sesión de trabajo colectivo, reunidos por orden del director general más de 100 funcionarios de una empresa, provenientes de casi cualquier parte del país, les presentaron al nuevo director de calidad (o algo así) que a su vez presentó, ante tan nutrida audiencia, su programa de trabajo. Fue en ese inesperado momento cuando me atacó la más vil de las bilirrubinas, poniéndome en la encrucijada de no saber si ponerme a rezar o a maldecir como les comenté al principio.
Ni más ni menos se trataba de que la calidad de los servicios ofrecidos a los queridos Clientes, llevara a éstos a exclamar ¡WOW! Si el Cliente expulsaba un ¡WOW! desde lo más hondo de su corazón, eso significaba que estaría feliz con los servicios de la empresa. Bien, continúo con el desarrollo del programa de trabajo del nuevo director de calidad (o algo así). La clasificación de sus indicadores para medir la calidad de los servicios, más o menos iba de Mala, Regular, Buena, Excelente (hasta aquí era lo normal, como cualquier clasificación razonablemente castiza que todos los mexicaltzin entendemos) y, aunque usted no lo crea, se sacó de la manga el ¡Nivel WOW!, o sea, lo mejor de los mejor pero mejorando lo mejor (?).
La cuestión del idioma es un tema delicado, porque las palabras no solo son un medio para comunicar nuestros propósitos, si no también y, principalmente, porque conllevan una carga emocional y cultural única, que da sentido de lugar y pertenencia, que produce un legítimo orgullo y la grata sensación de identificar a un paisano allende las fronteras, cuando las circunstancias nos alejan de la tierra que nos cobijó al nacer, de las hamacas, de las huayas y caimitos, de los panuchos, del tinhoroch y de todas estas ya casi nostálgicas palabras que dan sentido a la palabra Patria.
Para no ir muy lejos, el jueves 22 de abril pasando las 8 de la mañana, sonó mi teléfono y leí un mensaje de Telmex promocionando un concurso para ir a Sudáfrica en ocasión del Mundial de Futbol, que iniciaba, si, adivinó usted o también le llegó, con la palabra ¡WOW! en mayúscula. Supongo que los publicistas de Telmex suponen ingeniosamente que todos los mexicanos con teléfono, han hecho suya esa palabra.
Pero que les cuento, ya todos nos hemos dado cuanta de la sutileza con que los modismos, principalmente anglicanos, se infiltran en nuestro diario quehacer y de la velocidad con que vamos perdiendo nuestra personalidad como país, nuestro estilo, nuestro idioma y lo peor es que no encontramos la manera de revertir este proceso. De verdad, en este caso que como ejemplo les comento, es una lástima que se vaya perdiendo nuestra muy profunda, popular y significativa manera de expresar ante lo increíble, nuestro asombro: ¡Órale! (en el centro del país) o ¡Mare! (en la Península). Pero bueno, parece que no hubiera sido muy elegante promover el Nivel Órale o el Nivel Mare. Así están las cosas a 200 años de nuestra “Independencia”.