sábado, 13 de marzo de 2010

Política Kafkiana

No quiero decir con el título de este artículo que Franz Kafka escribiera específicamente sobre política, la mínima cordura y la más pobre cultura me libren de ello. No, lo que quiero decir es que me cuesta mucho trabajo asimilar la incongruencia del quehacer político en México que se expresa ya como una situación social angustiosa, ya como una representación grotesca y entonces lo asocio, por ejemplo, a La Metamorfosis de Kafka que, algunos críticos, la ubican en la corriente filosófica del surrealismo. De aquí asemejo que México es cabalmente un país Kafkiano y, por ende, su política también. Si Kafka hubiera sido mexicano, ¡señores!, de que gran cantidad de material hubiera dispuesto para desarrollar su ya de por sí reconocida y celebrada obra.

Nos cuentan de muchas maneras que nuestro voto, si, el de usted y el mío, es un voto poderoso, que tenemos la capacidad de quitar y poner, de dar o castigar, de defender con él la más pura de nuestras convicciones ideológicas: esto es bueno o esto es malo. Así de sencillo pero así de diáfano porque nos permite distinguir el azul del amarillo y estos del verde. Y ahora resulta, con una gran visión de estado, de solidaridad pluripartidista, de amor al poder, que no al pueblo y de perdón por las mutuas ofensas vertidas en los lavaderos públicos (no asociar con las Cámaras), que un muchacho probablemente reprobado en historia, y otro, ya medio cascado pero con igual nota, proponen que todos los mexicanos seamos ¡daltónicos!
Imagínese un arco iris en blanco y negro, o un jardín con bellos tonos de grises. Que nuevo nombre propondrán para las rosas y que tristes los pintores volverán aquellos crepúsculos rojos y amarillos encendidos que nosotros conocimos, sumergiéndose en el mar o escondiéndose tras montañas imponentes. No, no puede ser; no puede ser que además de pintar de negro nuestras casas por la falta de empleos, ahora quieran confundir nuestro pensamiento cruzando la frontera de los ideales.

¿Es que de pronto decidieron pasar al archivo muerto al millón de vidas que se perdieron hace 100 años durante la Revolución? ¿Y los muertos durante la guerra de Independencia? ¿Y los de la Reforma? Esencialmente han sido guerras libertarias entre Progresistas y Conservadores, digamos, entre azules y amarillos. Que ha pasado que nadie se dio cuenta, en que momento los azules se volvieron amarillos, lo cual no es malo; o cuando los amarillos se volvieron azules, lo cual nos haría pensar que actuaban con hipocresía; y que nos queda entonces a los poderosos pero desconcertados votantes: ¿un nuevo partido azul-amarillento, como el América, contra un partido verde como la Selección? Maquiavelo también, si hubiera sido mexicano en estos tiempos, tendría buena tela de donde cortar, si no es que de plano diría que a este tipo de enjuagues, maquinaciones y, porque no, perversiones políticas, no le entra y se va con su Príncipe a otro reino.

Estos cambios de ideología nos recuerda un viejo chiste que los espíritus aviesos le endilgan a Castro: “Compañeros, basta de discriminación, se acabaron los negros y los blancos, de ahora en adelante, todos somos azules”. Al día siguiente, en la cola para la leche racionada, los soldados separaban a la gente a culatazos y gruñidos: “Los azul claro al frente y los azul oscuro al fondo”. En las próximas elecciones así nos va a pasar, a la hora de votar todos seremos azules, pero cuando se trate de cumplir, a los de color de pueblo nos mandarán a la cola.
Nadie dijo, ni escrito está en parte alguna, que la democracia sea una reunión amorosa como la representada en La Ultima Cena, antes lo contrario, es más bien una cena pero de lobos, donde todo el mundo puede meter mano, decir lo que quiera, vociferar contra todo y por todo, secuestrar las más altas tribunas de la nación, emboscar los legítimos intereses del pueblo, pero de aquí a olvidar las convicciones políticas que llevaron a la formación de los Partidos, y que si están escritas en muchas partes, es una afrenta mayor a la inteligencia de los electores.

Pero todavía hay algo peor que la fusión del agua con el aceite (deberían darles el Nobel de química) de los azul-amarillento para sumar votos que les permitan hacerse del poder y repartirse a la postre los puestos municipales o estatales, y es la alianza de los azules con los verdes para que los primeros no hagan alianzas con otros a cambio de que los segundos aprueban los aumentos de precios de los bienes y servicios públicos así como el alza de diversos impuestos.

¿Dónde queda entonces el “poder” de nuestro voto? ¿Es que no podemos deshacer los acuerdos de los políticos que atentan contra los intereses del Pueblo? ¿Quién les otorga autoridad para negociar a nuestra espalda y tomar decisiones que por natura son contrarias a las mayorías? ¿Ese fue el mandato que les dimos a nuestros representantes, políticos todos, con el “poder” de nuestro voto? No, no fue ese y por tanto urge que las organizaciones civiles y sindicales, entre otras, empujen para que se concrete una gran reforma a nuestro sistema de gobierno y de elección de gobernantes, reforma que está siendo impulsada por diversas fuerzas y personas, que permita una rápida respuesta de los gobernados a las faltas de los gobernantes.

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