lunes, 1 de marzo de 2010

LOS PRIMEROS PASOS

Un hombrecillo rojo subiendo a una plantita verde,
La pistola de juguete enterrada en el patio de la escuela;
Metido bajo la mesa tocaba las piernas de las muchachas.
Jugaban en la calle a medirse el pene pegados al poste de la farola,
Todos tenían cinco o seis años y ninguno más de siete,
El precio de la derrota era muy alto: ¡niña! ¡niña!, le gritaban
A lo largo de la calle penumbrosa al que no se le distinguía ni la punta.

La estación de trenes de Mérida, hermosa, señorial, estaba atrás de la casa.
Esta era una fila de cuartos penetrados por vanos en el medio.
Durante el día eran la sala, el comedor y la cocina y en el patio el baño.
Por la noche eran dos dormitorios crucificados con hamacas
La cocina siempre fue cocina y el patio siempre fue baño.
El parque y el cine estaban a media cuadra, adornado de nostalgia
con sus casas grandes, la iglesia espléndida y la modesta escuela.

El barrio, nuestro barrio, La Mejorada, tenía todo eso y también
Tenía el Cuartel de Dragones con sus sardos imponentes
A quienes de lejos se les miraba, como a dobermans, con miedo
Y admiración, con respeto y desprecio, con su ropa verde
Y su mirada intimidante, con sus armas y sus balas y sus bayonetas.
El mercado del Chenbech abría bullicioso a las cinco de la mañana,
Se llenaba de mujeres haciendo el mandado con sus vestidos estampados.

Los durmientes y los rieles soportaron el paso del tren hacia Valladolid.
Pueblo iluminado por la aurora de oriente y hundido en la tiniebla de la noche,
Salvo tres horas, de las siete a las diez, por su luz eléctrica a medio morir.
Había dos cines, uno con techo y otro al aire libre, cupulado de estrellas.
Había de todo a pesar de ser un pueblo en 1953. Había un lugar para cada cosa:
La estación del ferrocarril llena de algarabía o de soledad, intermitentemente;
el mercado grande, la zona de las putas, la Iglesia opulenta, la escuela pobre.

Pero no era todo, también era digno el Palacio Municipal e indigno el hospital,
El restaurante Nicte-Há en la esquina sur poniente, la Plaza de Armas,
El Kiosko central y sus bancas encontradas como invitando al beso
Furtivo, al encuentro de un romance inesperado, al pretexto
De mirarse y encontrase como intención fugaz o como promesa de amor eterno.
Entre tanta belleza, entre tanto verde y tanta luz también esta la casona
Triste donde no entra el día, donde “El Botas” asesinó a dos ancianas.

Hay cosas en los pueblos que los extraños miran vergonzosas y humillantes.
Pero son ingenuas y naturales, como los niños en cuclillas sobre los troncos caídos,
Defecando en el patio, al aire libre y con el de atrás haciendo cosquillas
Con una ramita y todos riendo y todos gozando la travesura,
En tanto los más rápidos se limpian las nalgas con trozos muy bien recortados
De papel periódico o de papel “estrasa”, con el que antes se envolvió el pan.
Las abuelas, vigilantes todo el tiempo, se divertían con tales ocurrencias.

En la noche me sentaba en el pretil de la cocina mirando la seda negra del patio.
Me subyugaba la noche, aunque negra, tenía el brillo sensual de la seda.
Coleccionaba la cola de los alacranes y hablaba con los muertos amenamente.
Una tía me decía, cariñosa y comprensiva: “Es tu abuelo que vino a verte”.
La casa era muy grande, con 6 piezas enormes y una derrumbada en el techo
Y nadie tenía miedo de que se derrumbara algún otro, eso era una casa normal.
No recuerdo la existencia de lluvia en la niñez, solo inundaciones con víboras flotando.

Recuerdo a mi madre atrapada entre la angustia, el dolor y el amor a sus cuatro hijos.
El agua anegó la casa a más de medio metro. Los niños semisalvos en el medio sobre
La mesa de comer y la madre sumergida en el agua separándolos de las serpientes.
No se como no pude amar mucho más a mi madre después de esa inundación.
Pero si se que a las niñas de junto las bañaban desnudas en el patio de su casa
Y mis hermanos y mis amigos y yo, encaramados como frutas en el árbol,
Todas las tardes atisbamos el espectáculo de la desnudez y la diferencia de los cuerpos.

Eso es algo de lo que he sido, de lo que he vivido, de lo que he sentido,
Pero es solo una parte muy pequeña, la primera parte, la indolora, la de la risa
Extenuante y del dolor ausente. La que no tiene prisa, ni pausas, ni penas;
La que no tiene saldos, ni pasivos pendientes de pago, ni cuentas por cobrar,
Vamos, la que es pura vida y vida pura, la que es sentimiento puro
Y pura emoción por el puro gusto de vivir lo que se vive, de comer lo que se come,
De sentirse amado sin reservas, protegido, intocable. Eso, hace mucho pasó, fugazmente.

Carlos E. Ricalde Peniche
Querétaro, Febrero 21 del 2010

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