sábado, 26 de junio de 2010

Mi Reino por un Gol

Esta historia viene a cuento porque nadie escapa en estos días a la epidemia del futbol. A la fecha no existe antídoto o vacuna alguna que mitigue los sobresaltos por la gritería que ocasiona el milagro de meter un gol (las defensas están tan duras que los goles solo entran de milagro, compiten muchos equipos pero caen pocos goles) o la sofocación y angustia por la falta del mismo.

Ya sabe usted que el inconmensurable dramaturgo inglés Don William Shakespeare escribió la tragedia de “Ricardo III” (que más bien debió de ser de Inglaterra) y que en el acto V, final de la historia, cuando el usurpador Ricardo III en la famosa batalla de Bosworth en 1485, perdió su caballo al lanzarse al frente para motivar a sus tropas al combate que, acá entre nos, ya se estaban ¨pelando¨ para su casa dejándolo solo, desesperado con la espada en la mano gritaba: ¡Un caballo, un caballo! … ¡Mi reino por un caballo! Bueno, por no dejar, le recuerdo que la historia terminó con la muerte de Ricardo, merced a tremenda goliza que le acomodó Enrique, también tercero, Conde de Richmond.

En este preciso instante, así se desgañitan los Presidentes o Primeros Ministros o Reyes de los 32 países que compiten en el Mundial de Futbol Sudáfrica 2010, sabedores de que si le va bien a su equipo, el pueblo les concederá una tregua tanto más larga cuanto mejor les haya ido; en caso contrario, también saben que serán blanco de la frustración de ese pueblo ante el fracaso, en algunos casos, siempre esperado pero nunca aceptado. Si las circunstancias lo ponen a usted cerca de alguno de ellos, lo escuchará gritar: ¡Un gol, un gol! … ¡Mi reino por un gol!

La verdad, al menos como yo la veo, está diluida en la exaltación patriótica que se hace de un negocio. Mi opinión no pretende atentar en contra de un negocio legítimo que implica una enorme y compleja organización que se desarrolla en un campo sembrado por doquier de riesgos económicos y políticos. Tampoco de sus ganancias. Más bien, es que no me agrada que compitan personas en equipo por un torneo deportivo-lucrativo y que para captar más gente y por tanto más ventas, se escuden en la bandera e himno nacional. Si alguien me asegura que no compiten por dinero si no por el honor de representar a su país, entonces que himno y bandera sirvan de motivación y orgullo. Pero no es así, juegan por dinero y punto y no tienen empacho en representar a un país distinto al que los vio nacer y a esa acción se denomina “mercenario”.

Hace poco traían un relajo con un chavo que se llama Nery Castillo. Su papá negociaba con los representantes de las selecciones de futbol de México y Uruguay y según quien le ofreciera los mejores términos, haría que Nery entonara uno de sendos himnos y en consecuencia se enjugara las lágrimas con alguna de las banderas. Como los dólares no tienen patria, cualquier rincón del mundo es bueno para encontrar una identidad nacional.

Bueno, eso fue ayer. Hoy, el papá de Johnattan Dos Santos, otro imberbe futbolista profesional, declaró a los cuatro vientos, reaccionando a la baja de la Selección Mexicana de Futbol de la que su vástago fue objeto, que jamás volvería a jugar con ella y que escucharía el llamado de otras selecciones como las de España o Brasil. No cabe duda, hasta las nacionalidades se están globalizando hoy en día. Justamente, estas acciones son las que definen a un mercenario: el soldado que lucha al servicio de un país extranjero a cambio de dinero o de un favor.

En el fondo los futbolistas no sueñan con hacer su mejor esfuerzo para poner en alto el nombre de su país. El torneo mundialista es para ellos un escaparate que les permitirá, si logran buenos resultados, obtener contratos millonarios y vida de magnates en los grandes equipos europeos. A mi me llena de satisfacción y disfruto como propio los triunfos que cualquier mexicano obtiene en una confrontación internacional, sea esta de carácter deportivo, cultural o científico o en cualquier otro campo, salvo (siempre hay un pelo en la sopa), cuando nos dicen que tenemos la ciudad más grande del mundo o porque nos distinguen con el último lugar mundial en corrupción, previo billete que le pasaron al que hizo la lista. Pero de ahí, a usurpar himno y bandera en materia de futbol de paga … nada más no.

Don Nicolás Lizama, distinguido colaborador de El Quintanarroense, a quien sigo con atención y gusto, hizo público su amor a la Verde y pronosticó: ¡México 3 – Uruguay 1! Y sentenció, “no quiero ser testigo del drama contra Argentina”. Yo tampoco, así que Don Nico, busquemos un escondite, con cheladas de preferencia, para solventar el partido de mañana domingo y proponer estrategias para cualquier tipo de resultado. Empate no vale.

Y no hago broma de lo que digo. Es que es inaceptable que el orgullo nacional se haga depender de los éxitos de un equipo de futbol cuyo objetivo principal y apasionada entrega sea por la divisa verde y no por la camiseta verde. Vamos, el mismo Presidente de la República los abandera y los exhorta casi, casi, a morir por la patria y, su equivalente en el ámbito religioso, el Cardenal Norberto Rivera, refrenda esa emocionada y patriótica entrega y se los encomienda a la Virgen de Guadalupe pidiéndoles que los cuide. Bueno, bueno y usted amable lector y yo, columpiándonos entre el balancín de la esperanza y la frustración, que será más grande tanto más pasión le pongamos a la tele, a los cortos que nos pasan acerca de Sudáfrica (que en realidad es lo mejor), a los chistes de los cómicos que acompañan al entorno del futbol, a las candentes críticas y variados comentarios de los analistas televisivos y “a todos aquellos que aman y quieren al futbol”, como dice el perro Bermudez.

Lo bueno del futbol y por eso es que debería estar vigente todo el año, es que muy poca gente, por no decir que nadie, le presta atención al debate de la corte sobre los niños del ABC, que no se le presta atención a los aumentos de los precios en los bienes de consumo básico, que no se pide explicación sobre el impacto de las reservas en moneda extranjera ni sobre las consecuencias de los déficits en que están incurriendo algunos gobiernos europeos, considerados más sólidos que Grecia, Portugal o España. Vamos, ya la opinión pública no está prestando atención al derrame petrolero en el Golfo de México que, a estas alturas, organismos ambientales califican como el peor desastre de la humanidad, el peor de todos los tiempos, cuyas consecuencias en vidas humanas y destrucción ecológica, podrían superar a las bombas atómicas detonadas en Hiroshima y Nagasaki.

Ni modo, el futbol mundial sólo dura un mes y la ensoñación durará toda la vida al país que gane la copa. Los demás, países y personas amantes o no del futbol, regresaran a la dura realidad: ¡Mi vida, mi vida! … ¡Mi vida por una chamba!

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