sábado, 11 de septiembre de 2010

USA en los extremos: deportes suicidas y terrorismo

En esta ocasión dedicaré nuestro espacio a comentar un par de cosas extremas que suceden en el país más poderoso del mundo, ejemplo y aspiración universal de nivel de vida, del sueño americano, al menos para muchos de los Restoamericanos: el futbol a su estilo, las motos y el ataque del 11 de septiembre.

Había visto algunas competencias, de manera parcial, de jóvenes empinados sobre una motocicleta conduciéndola a velocidades extremas compitiendo entre sí por la fama, la gloria y, por supuesto, el dinero y no pasa nada si invertimos este orden. Acepto que en ese veloz deporte del motociclismo, me embarga un cierto grado de fascinación porque en cada segundo puede producirse una espectacular colisión o una estrujante voltereta o, al menos, una agobiante derrapada; y entre vuelta y vuelta al circuito de competencia he pensado que no hay otro deporte más escalofriante e insensato que este, el de las motocicletas en pistas de alta velocidad y por ello lo clasifico como un deporte suicida.

En otros momentos, e igualmente de manera circunstancial y parcial, he visto algunos partidos de Futbol Americano. Igualmente confieso que me llamó de muy buen grado, entre otras muchas características, su organización, estructura, sistema y estrategias de juego y, particularmente, la aplicación justiciera de las cámaras de video que dirimen al instante cualquier controversia suscitada durante el juego y que aliviana la conciencia y los sentimientos de culpa, si los hubieren, de los sufridos nazarenos que, en otros deportes, en su atribulada actividad de impartir justicia durante el desarrollo del juego, casi siempre terminan crucificados.

Sin embargo, hay un detalle sobresaliente que los comentaristas deportivos expresan una y otra vez y que tiene que ver con el número creciente de lesiones ocurridas en el juego que afectan la osamenta, el sistema nervioso y el tejido muscular de los jugadores y que van desde fracturas expuestas de brazos y piernas hasta parálisis total del cuerpo y muertes por lesiones en el cráneo, pasando por alucinaciones, temblores y alteraciones de la conducta. Poco se sabe, estadísticamente, de estos casos, aunque mucho se comenta sobre ellos. Vamos, ni en el suicida deporte de las motos que compiten cada semana, se oye de dichos temas como ocurre con el futbol americano en el que, los equipos campeón y subcampeón, solo juegan 20 o 21 partidos por temporada. En el béisbol, p. ej., se juegan 120 partidos por campeonato.

Observo, que la causa de tales afecciones y descalabros, ocurren por la ingenua misión que se asigna a determinado jugador de recibir el balón a ciegas. El jugador que hace por la pelota únicamente se fija en ella, como si estuviera solo en el estadio, como si nadie pudiera darle un golpe artero o a mansalva y, desgraciadamente, esto es lo que ocurre; en tanto uno va por la pelota, varios más van por él, como perros de caza y violentamente se le van encima con la sana intención de arrancarle la cabeza o, al menos, algunas costillas a fin de que suelte el balón

Veamos otro ejemplo. En el box se enfrentan dos deportistas que frente a frente se dan de golpes. Cada uno puede ver las intenciones del otro y prevenir una acción de defensa en proporción a la velocidad y potencia del golpe hacia la zona dirigida y saben que nadie los atacará por la espalda, ni el árbitro aunque estuviera vendido. En el futbol americano, esto no es posible, porque al tiempo que un determinado jugador, digamos el receptor, observa solamente el balón, varios otros jugadores lo observan a él desde todos los puntos cardinales y, por el hecho de atajar la bola, sus adversarios adquieren el derecho de pegarle con toda su potencia, empleando todo el peso de su cuerpo, con alevosía, ventaja y, por si faltaran agravantes, tumultuariamente.

Así, el futbol americano parece una remenbranza del circo romano en el que aventaban a la arena a un indefenso cristiano contra varios hambrientos leones. Asimismo, dado que el jugador que recibe la bolita y por tanto la paliza, nunca sabe en el momento quien se la va a dar ni con que intensidad, entonces abro para este tipo de deportes con el agravante de la ceguera voluntaria o masoquista que ya hemos detallado, una clasificación especial con la que lo denominaremos como un deporte estúpidamente suicida. Por cierto, el miércoles pasado inició la temporada 2010-2011. En sus ratos libres observe lo que le cuento.

Hoy se cumplen 10 años del ataque incognito que sufrieran los Estados Unidos y aún quedan muchas dudas sobre el signatario de tan salvaje ejecución. De lo que no hay dudas es que fue el pueblo irakí quien pagó las consecuencias y de que aún faltan muchas lágrimas por derramar a pesar de la decida maniobra del gobierno del Nobel Obama, que ha tocado a retirada. La foto del inicio esta publicada en internet por el “Vikingo”.

Algunos aseguran saber la verdad, naturalmente muy distinta a la oficial. Qué saben pues lo que esta escondido detrás de las monumentales y gemelas estructuras, ambas destruidas y colapsadas, cuyo derrumbe aún nos deja atónitos, mirando una y otra vez las acciones reproducidas por la TV. ¡Esto no puede ser real! Como la invasión de los marcianos en la noche del 30 de octubre de 1938, cuando Orson Wells realizó una adaptación radiofónica de una novela (la Guerra de los Mundos) que causó una ola de terror en Estados Unidos por creer millones de radioescuchas que los marcianos invadían realmente la ciudad de New Jersey.

La otra verdad dice que los aviones eran virtuales, que realmente fueron misiles lanzados de una base a propósito, un autoatentado del gobierno de USA o la CIA, o de los que mandan sobre ellos. También dicen que las bases de las torres fueron cargadas de explosivos, estratégicamente colocados para provocar un derrumbe que oculta gravísimos intereses de estado.

Por ahora, en el décimo aniversario de esta tragedia, las opiniones son las mismas. No queda nada claro, sólo parcialidades de ambos supuestos culpables: Al Qaeda o terrorismo de estado. Estimado Lector, esta es una verdad del sueño americano, del nuevo imperio.

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