sábado, 23 de julio de 2011

Dinero negro: mota en el desierto

En días recientes se difundió por todos los medios el “descubrimiento” de 120 hermosas hectáreas de marihuana, con sus plantas verdes y frondosas y que en algunas secciones alcanzaban la altura de dos metros. Seguramente usted las vio, amable Lector, probablemente acongojado por un sentimiento de admiración en cuanto a lo que la mano del hombre puede lograr y, al mismo tiempo, apenado por la destrucción de cuantiosos recursos económicos y humanos, ya que ese vergel, efectivamente, fue destruido y con ello una fuente inspiradora y afrodisíaca, según cuentan con lágrimas en los ojos quienes con moderación o desenfreno la han consumido. No piense mal, nunca se debe discriminar a las personas: así como se tiene amigos políticos también se tienen motorolos. Allá ellos.

Ese hermoso plantío de marihuana es increíble al menos por un par de circunstancias: la primera es que nunca antes haya sido detectado cuando registra una extensión considerable y, hasta donde las autoridades nos presumen, todo el país está fotografiado, hectárea por hectárea y en muchos casos calle por calle y los respaldos están en el INEGI y en el segundo caso se pueden ver por GOOGLE. Es más, seguramente el país entero, incluyendo mares y subsuelo, está fotografiado vía satélite por la CIA (Central de Inteligencia Azteca) y nadie, hasta hace poco, lo había visto; la segunda es que está desarrollado como un auténtico oasis, literalmente en el medio del desierto, rodeado de la impresionante monotonía y mortal sequedad de las arenas, una mancha verde de considerable extensión que en pocas horas fue destruida. Lo verde es vida y más en el desierto. ¿Qué dirán los ecologistas?

Ironías aparte, el hecho es que lo ocurrido induce a reconsiderar algunas situaciones que afectan al país. La plantación de la dormidera, desde su planificación, construcción de pozos profundos para extraer agua, sistemas de riego, selección de semillas, sembrado, fumigado, cultivo, cosecha, transporte aéreo, laboratorios para procesar y transformar la plantita en drogas potenciadas o simplemente en yerba para armar carrujos al gusto y el mantenimiento de redes de distribución, que requiere de una lana adicional para sobornar a quienes traten de entorpecer el libre flujo de circulación de la droga hasta el consumidor, lleva, explícitamente, el apoyo de recursos humanos inteligentes, capacitados, es obvio, en universidades y tecnológicos públicos y privados del país y del extranjero; de recursos humanos campesinos que son arrastrados a dichas actividades por su ignorancia y pobreza; de cuantiosas inversiones que rebasan, solo en este caso, los mil millones de pesos estimados para las 120 hectáreas desarrolladas; La oferta crea su propia demanda.

Pero que podría pasar si se legalizara la producción y consumo de marihuana. En primer lugar, el monto de las “inversiones” por unidad agrícola, disminuiría, puesto que se produciría en lugares más adecuados y no en el desierto; las redes de distribución ya no requerirán una lana para el soborno; el número de “agricultores” empresariales aumentaría y los campos mexicanos se adornarían de amapolas, como en Holanda de tulipanes; el gobierno cobraría impuestos y se crearían nuevas fuentes de empleo permanente que cotizarían al IMSS y los empleados de mayor rango pagarían seguros y hospitales privados, entre otras cosas. Sin embargo, ya no sería un gran negocio porque la oferta sobrepasaría la demanda, por lo menos interna. Sin embargo, mediante buenos acuerdos internacionales se abrirían nuevos mercados para exportar mota igual que café o azúcar. La verdad no siempre suena bien.

Por el lado del consumo debería de pasar lo de siempre. La gente consumiría mariguana igual que consume alcohol: los más son de consumo moderado, otros se autocalifican de bebedores sociales, algunos son de recio copeo, y los menos son borrachos de banqueta. Pues así pasaría con los fumadores de mota, con la ventaja de que no combinarían como los bebedores, el alcohol con la velocidad que enluta tantos hogares. Los motos extremos estarían oscilando en medio metro cuadrado, con la vista adormilada, una v en cada mano y una oración en la boca: ¡amor y paz, güey!

Columnista

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