sábado, 16 de julio de 2011

El Seguro Popular: una esperanza

La inequidad social ha sido una constante desde que México es México. Algún día investigaré como era antes, en los tiempos de los mayas y aztecas y le contaré. Por ahora, de entonces para acá, sólo se ha visto que los de abajo cada vez se hunden más y en cada recuento aumenta su número. Desde la Revolución hasta la proletización actual, han transcurrido 100 añitos y la población en ese tiempo fue infectada por el síndrome de eros según se puede apreciar por su crecimiento que pasó de 15 millones de habitantes en 1910 a 110 millones en el 2010 ¡más de 7 veces! Dicen que antes, por lo menos había para comer, cosa que no es creíble porque si no, no hubiera estallado una revolución que consumió algo más del 6% de sus habitantes, un millón de hombres y mujeres en plenitud de vida, que abonaron con su sangre la esperanza de lograr un país mejor para sus hijos y los hijos de sus hijos. Si esa guerra fraticida hubiera sido hoy, empleando las armas de ese ayer, los muertos hubieran sumado más de 7 millones. El gobierno dice que estamos en guerra y los que llevan las cuentas cuentan que ya van 40,000 difuntos, cifra que es una expresión inaceptable de brutalidad. ¿Se imagina usted una matazón de 3, 5 o 7 millones de personas? ¿Y se imagina usted, apreciado Lector, que la causa no fuera por el narco si no como antes, por la pobreza?

La inequidad socava la esperanza y la paciencia. En 1910 había en las ciudades del país, en todas, menos de 2 millones de habitantes y en el campo los otros 13 millones que, con apuro, le apretaban a la tierra y obtenían frijolito y maíz para comer. Hoy, en las ciudades, vive (?) cerca del 80% de la población, es decir, ¡86 millones!, y en las ciudades no hay tierra ni trabajo suficiente, ni escuela para todos ni mucho menos seguro social para más de la mitad de las familias y ni modo de comerse el pavimento o el cemento que si abunda. Esto si que es un gran problema. La concentración urbana y la falta de empleo digno, bien remunerado y con oportunidades para todos, pone en un serio riesgo la estabilidad del país. Por si fuera poco, los campesinos, que en teoría deben producir alimentos en proporción de 5 a 1 (uno para ellos y cuatro para las ciudades), están igual de pobres y fregados que los obreros y desempleados de la ciudad. Ya, de remate, se puede entender así las enormes importaciones de alimentos que efectúan el gobierno y los que hacen negocio. Así están las cosas: México es un país muy grande y está sentado sobre un polvorín, sus ciudadanos aguantan y aguantan mucho, no como otros que se dice que son de mecha corta. Pero hay límites.

En justicia, hay que señalar también, que de cuando en cuando surgen acciones importantes que atenúan las inequidades que cercenan las oportunidades de desarrollo de una nación. Así como la falta de empleo y de educación son factores claves de desarrollo, también lo es la falta de seguridad social. Al respecto, 55 millones de mexicanos carecen de ella. El simple conocimiento de estas cifras producen dolor e impotencia, coraje ante la falta de solidaridad de un pueblo que se une en la fiesta pero que da la espalda al dolor, decepción y tristeza cuando se escuchan expresiones prepotentes como “de que lloren en mi casa a que lloren en la tuya, mejor en la tuya”. Bueno, por el lado de la salud, es de esperarse que las acciones del gobierno con la implementación y profundización del Seguro Popular, contribuyan de manera eficaz y permanente, a que en las casas de los mexicanos no haya motivos para llorar. Que dicho Seguro Popular, que es el centro de la temática que venimos relatando, se constituya en una gran esperanza para fortalecer la salud de las familias mexicanas. Por lo pronto, las personas que lo han venido experimentando, están a gusto. Inscríbase en un centro de salud.

Claro, no todo esta de maravilla. Habrá que seguir avanzando porque aún hay muchos pendientes y aunque la meta es que cubra la mayoría de las enfermedades, hoy en día el seguro popular no cubre problemas cardiovasculares, diagnóstico y tratamiento del cáncer, trasplantes, diálisis, enfermedades vasculares del cerebro y lesiones graves; tampoco tiene hospitales propios y entre tanto el asegurado se puede atender en las clínicas de salud del estado o en las clínicas de la federación aunque, según el gobierno federal, existen más de 600 hospitales en obra negra, que podrían funcionar con los recursos del seguro popular además de 4 o 5 hospitales regionales de especialidades ubicados en Tamaulipas, Chiapas, Mérida, Oaxaca y el del Bajío con sede en León. En este seguro, el gobierno federal aporta casi el 70% de los recursos, los gobiernos estatales más del 20 y el resto, las familias.

Hay otros detalles que habrá que ajustar en el camino. Por ejemplo, se prevé una gran vulnerabilidad de los presupuestos estatales, ya que el presupuesto federal fluirá hacia los Estados en función de la cantidad de familias aseguradas y por lo tanto, el que registre más afiliación, será el que reciba más presupuesto. En el Estado de México se están sobando las manos. Otro detalle que puede hacer inviable el Seguro Popular, son los requerimientos presupuestales para financiar la construcción de hospitales, equipamiento, médicos y medicinas, que irán creciendo conforme se abarquen más servicios y enfermedades. ¿De dónde se va a sacar la lana? Pues no hay de otra, de los recursos fiscales, de los que pagamos todos. Y habrá que hacerlo aunque se sacrifique el gasto público en otros rubros. Por eso hoy, el Seguro Popular es una gran esperanza. Ojalá que lo hagamos una gran realidad.



Desde aquí, con su permiso amable Lector, envío un cariñoso abrazo a mi nieto Santiago que antier cumplió dos veloces años. Está muy lejos de nuestra tierra pero muy cerca de mi corazón.







carlosricalde@elquintanarroense.com



Columnista

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