lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Qué se juega en Libia?

La llamada primavera árabe, viento que alienta esperanzas y exigencias democráticas, acaba de anotarse otra victoria: antes cayeron Moubarak y Ben Alí, longevos y agobiantes dictadores, abriendo con ello nuevos horizontes a sus oprimidos pueblos, Egipto y Túnez; hoy toca turno a Gadafi que desde hace siete meses se opuso a sangre y fuego a deponer el poder. Se estima que esa obcecación, que había durado 42 años, costó en dichos meses, 20,000 vidas al pueblo libio. Esa sangre deberá abonar con creces los frutos de la libertad que se asienta en Libia. Sigue pendiente la caída de otros déspotas como los de Siria, Yemen y Oman, entre otros. Estas luchas en demanda de libertad y democracia, merecen al menos un par de someras reflexiones y Libia puede ser un buen ejemplo.

Primero, ¿cuál es el interés de las potencias mundiales para intervenir en un país de apenas 6 millones de habitantes? Desde luego garantizar los contratos de petróleo firmados con Gadafi y que ahora dicen que fueron negociados con el país y no con el sátrapa; las urgentes necesidades de la nueva Libia que requerirá en su reconstrucción y desarrollo, miles de millones de dólares que, obviamente, según ha declarado el líder de las fuerzas rebeldes, asignará los contratos correspondientes a las empresas de los países que ayudaron a su liberalización, siendo los más involucrados Francia e Inglaterra; el descongelamiento de fondos que estarán acordando los líderes de la OTAN, la Unión Europea, la Liga Arabe y la Unión Africana, acumulados por los Gadafi y que se pondrán a disposición del nuevo gobierno de Libia. Reconstruir lo destruido se vuelve un asunto de dinero, un negocio para quienes efectuarán los trabajos.

Segundo, ¿cómo dar valor moral a las potencias que un día apoyan a un dictador y otro lo arrinconan y derrocan? La intervención militar de las potencias ha sido abierta, ya que el objetivo, según sus promotores, era justo: combatir a un tirano contra el que ya se había alzado su propio pueblo y que estaba aplastando la rebelión con medios militares, además de que la ejecución era legal al ser aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero como entender esto si, por ejemplo, Sarkozy era cuate de Gadafi al grado de que éste lo amenazó con revelar (y lo hizo) que había contribuido a financiar su campaña presidencial o, el caso de Aznar, que calificaba de "amigo" al dictador libio en una conferencia en Nueva York. Lo que se aprecia en estos antecedentes es una actitud política incoherente y vergonzosa que lo mismo avala una cosa que a su contraria, es decir, que a cambio de gas y petróleo y control de la inmigración, alentaban a los cercanos dictadores a reprimir y saquear a sus pueblos.

Pero 42 años de tiranía de un régimen autocrático no es poca cosa. En ese `plazo no ha habido manera de practicar algunos fundamentos de democracia, no hay instituciones ni se tiene una Constitución, no han habido espacios para desarrollar liderazgos o practicar gestiones legislativas, de procuración de justicia, organización de elecciones ni formación de partidos, etc. Dicho de otra manera, en un país que nace de la nada, puede generarse un ambiente de ingobernabilidad y así desatarse una guerra intestina por el poder entre los distintos grupos que conforman la sociedad, también puede suceder que se salga de control, afloren ánimos de venganza o fuerzas extremistas que hagan de Libia una réplica de Irán o de Irak, posiblemente, más parecido a esta última nación. En el periódico El País (27/09/2011) se lee “el Consejo Nacional de Transición (CNT), basado en Bengasi, ejerce desde marzo el poder de facto en la mitad este de Libia y quiere mudarse ahora a Trípoli, la capital nacional. Pero en las horas finales de Gadafi, a la comunidad internacional le ha entrado el vértigo. ¿Será el CNT capaz de pilotar una transición pacífica? Mayte Rico, reportera del periódico, escribe:
Tropezón

Un padrasto asesinó a golpes a gemelos de 10 años en La Coruña. Brutalidad inconcebible. La Policía y la jueza que lleva el caso, descartaron que se trate de un delito de violencia de género. ¿Acaso habrá agresión mayor contra una mujer, una madre, que privar de la vida a sus hijos?

Madrid, Septiembre del 2011






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