sábado, 27 de febrero de 2010

Haití

Yo, como usted, estoy profundamente consternado por la tragedia que envuelve a nuestros hermanos de Haití. Confieso que antes de este demoledor terremoto, he seguido con atención los más recientes y dramáticos sucesos ocurridos en lejanas tierras como los de Turkía y Afganistán, entre otros, o el sunami asesino que devastó extensas zonas de la costa asiática, con saldos lacerantes en pérdidas humanas y materiales y que, con profunda pena lo escribo, no me produjeron el dolor tan grande que en esta ocasión estoy viviendo, como muchos otros mexicanos. No es una expiación ni mucho menos, pero en este caso la pena tan sentida, tal vez se deba a la cercanía de nuestros pueblos.

Haití, no cabe duda, se levantará de esta catástrofe. La solidaridad y compromiso de muchas naciones reconstruirán el país y le darán una nueva cara, mejor infraestructura, mejor urbanización, nuevas casas y edificios y un pueblo que encontrará nuevos caminos para unirse. Lo que llevará mucho más tiempo reconstruir será la resignación colectiva de la sociedad por la inaceptable pérdida de sus seres queridos, en especial de sus niños y jóvenes y de los que, en el caso de los primeros, quedan en la orfandad y el desamparo.

Por lo pronto, todos los que compartimos esta enorme tragedia del pueblo haitiano, debemos colaborar con lo más urgente y, cada quien en la medida de sus posibilidades, aportar agua, alimentos y medicinas básicas para mantener las condiciones mínimas de sobrevivencia, en tanto se reorganiza la sociedad.

Paralelamente, la UNICEF debe de organizar un sistema Fast-Track de adopción para todos los niños desamparados y huérfanos para ser recibidos por familias de su propio país y del extranjero, a fin de evitar tajantemente, que pueda surgir algún tipo de tráfico de infantes.

Bueno, nos vemos
en el super. Voy a comprar algo de comida para nuestros hermanos de Haití y algo para mi casa.

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