sábado, 16 de octubre de 2010

La Tierra esta Pariendo en Atacama

Pocas cosas en la vida me han conmocionado tanto a lo largo de mi existir: el alunizaje de Amstrong y compañía, tal vez porque a la sazón era muy joven; el nacimiento de mis hijos, quizás porque no tenía experiencia; y, el rescate de los mineros chilenos, en el imponente desierto de Atacama, enterrados a casi 700 metros de la superficie en una agujereada mina de oro y cobre, llamada San José, en las cercanías de Copiapó. Aquí, no se porqué, pero pudiera ser por la esperanza de la resurrección. A cuantos seres queridos podríamos abrazar otra vez, si de la muerte se regresara como esos 33 sufridos mineros o esos 5 o 6 rescatistas aventureros, valientes en extremo, eso sí, que se metieron a organizar la salida.

¿De que estarán hechos estos amigos chilenos? Por lo que se ve, a cualquiera de ellos le puede tocar una terrible catástrofe y salir caminando de ella, de buen ánimo y sonriente. Estoy seguro, apreciado Lector, que tanto a usted como a mi, se nos pondría la epidermis de cocodrilo y el corazón de chícharo, si el ascensor donde vamos se atorara 20 minutos en el piso 35 de los 42 que tiene la Torre Latinoamericana (183 metros de altura sin antena) y no se diga si fuera al revés, es decir, que el ascensor se detuviera en un pozo que tiene casi 4 veces la longitud de dicha torre. ¿Qué haríamos entonces si estuviéramos incomunicados en la antesala del infierno durante 17 interminables días? ¿Y después 53 días más en angustiosa incertidumbre? Se pudiera decir que los mineros están curtidos, pero ¿y el mecánico que solo fue a reparar un vehículo y el derrumbe lo atrapo? Más asombro: ¡el hombre se comportó a la altura de sus compañeros en desgracia!

Este hecho de ejemplar sobrevivencia y solidaridad no es único. Recordemos a los sobrevivientes de los andes, al terremoto con tsunami de principio de año y, mención aparte, por ya lejana, a la tripulación del “Yelcho”, un buque de la Armada chilena, una embarcación fuerte pero no hecha para las aguas de la Antártida, al mando del Piloto Luis Pardo Villalón, quien con valor y habilidad, sorteando un sinnúmero de témpanos en medio de densa niebla, navegando en un buque sin calefacción ni energía eléctrica, logra llegar al campamento de los sobrevivientes del “Endurance” en la isla Elefante. Claro que acertó usted, hablamos del descalabro que sufrió el osado explorador Ernest Shackleton por allá de 1915 durante una expedición a la Antardida. Donde fallaron argentinos, uruguayos e ingleses a los que Shackleton pidió ayuda, salio avante la Armada chilena que volvió a la existencia a los expedicionarios del “Endurance”, arriesgando su propia vida.

Otros pueblos han sufrido grandes tragedias, entre ellos nosotros mismos con el terremoto de 1985, con miles de personas muertas y desaparecidas, en los que hemos presenciado conmovedores actos de heroísmo de la gente y solidaridad entre las naciones que, extrañamente, no han sacudido a la opinión mundial como este caso sin antecedentes, de unos pocos mineros en Chile. No es entonces la magnitud de la tragedia ni las consecuencias económicas y sociales para un determinado pueblo, lo que nos impacta y que, irónicamente, se vuelve parte de nuestra inercia de vida perdiéndole miedo y respeto a la muerte colectiva que ocasiona la naturaleza. Como ejemplo, en México, D.F, habitan “tranquilamente” 10 o 20 millones de suicidas sísmicos.

¿Porqué entonces tanta emoción y tanta esperanza en el rescate de los mineros chilenos? ¿Porqué tanta felicidad por el escape inmaculado llevado cabo? ¿Qué esperamos de este resultado de vida? Al plantearnos estas interrogantes no podemos dejar de pensar con dolor y coraje en casos similares con resultados funestos como nuestros 65 mineros de Pasta de Conchos sepultados a solo 150 m., o los 116 miembros de la tripulación del submarino ruso Kursk hundido a tan solo 108 m. de la superficie, o el rescate en Entebe donde mataron a casi tanta gente como a la que salvaron y que volvieron a nacer.

Tal vez la respuesta sea porque no estamos presenciando un inventario de muertos y daños materiales por muchos que estos sean, si no de número de personas vueltas a la vida aunque sean pocas, porque instintivamente reconocemos el valor de la vida, porque esta no tiene precio, porque nos alerta a cuidar de lo único que realmente tenemos que es nuestra vida y de ello se infiere que debemos cuidar la de los demás, la casa donde vivimos que es nuestro mundo y no tenemos otro, el grito de desesperación ante la impotencia de no saber como frenar que nos sigamos matando y como lograr que vivamos en paz.

El caso muy especial que hemos vivido con estos hombres que perforan las entrañas de la tierra, es que se resuelve en múltiples enseñanzas debidas al tiempo que estuvieron atrapados. Eso es algo que nunca había sucedido. Hemos visto muchas veces que la tierra se trague a los hombres, pero nunca que los pariera. La dulce espera de 9 meses se convirtió en un periodo de gestación dramáticamente interminable de 70 días. Tormento inenarrable que sufrieron los de abajo y los de arriba, los empresarios y los políticos, los trabajadores del rescate y los ingenieros y, como nadie, los enterrados y sus familias.

Un papelito hizo exponencial la esperanza: “Estamos bien en el refugio los 33”. Manos a la obra. Dios se puso el casco y el overoll –escribió Harold, un panameño– y enseguida se fundó el Campamento Esperanza que no pudo tener mejor nombre, ya que la esperanza es el sueño de los despiertos, de esos hombres que, al contrario, no desesperan, que ninguno perdió la razón ni sufrió un ataque de histeria o de miedo, que resistieron un profundo cautiverio durante ¡70 días! Demostrando un valor a toda prueba, una voluntad de vivir inquebrantable, una disciplina rigurosa y una ejemplar solidaridad del grupo, que se impuso basada en el sacrificio personal.

Los días 69 y 70 la tierra empezó a parir hombres nuevos. El primer parido fue Florencio Avalos; el alumbramiento 33 correspondió a Lucio Urzúa; todos son hombres templados como el acero que reciben una segunda oportunidad. Hombres que se limpiaron en las profundidades del cruento desierto de Atacama, hombres que serán seguidos en su actuación por todos sus semejantes en el resto del mundo. Sobre ellos abundarán reflexiones, propuestas de humana convivencia, películas, libros, cientos de mensajes de ilustres pensadores publicados en revistas y periódicos. Como si fueran Apóstoles, de esta manera se difundirá su palabra y el alabado hecho de nacer de nuevo. Por ahora, son 33 en vez de 12, también el mundo es un poco más grande.

El beneficio inmediato será que los bonos del Presidente Sebastián Piñera subirán a las nubes; que las condiciones económicas y de trabajo de todos los mineros deberán de mejorar; que los 33 rescatados cambiarán drásticamente su sentido de la vida y de vivirla y que han adquirido mayor sabiduría para distinguir entre el mal y el bien como se puede apreciar por las declaraciones de Mario Sepúlveda: "Creo que tuve una suerte extraordinaria. Estuve con Dios y con el diablo y me agarré a la mejor mano".

http://www.elquintanarroense.com/nuevosite/modulosphp/vernota.php?id_nota=34982

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