sábado, 9 de abril de 2011

La barbarie en el nombre de Dios

Hay gente buena, gente de paz que antepone a su propia seguridad el llevar una palabra de consuelo, algún alimento y cálido afecto, a miles y miles de personas en casi todos los rincones del mundo, que sufren las consecuencias de violentos fenómenos naturales, guerras fraticidas y allende las fronteras; que son laceradas por la pobreza extrema, la desnutrición infantil y enfermedades apocalípticas, entre muchas otras calamidades. Esas personas desarrollan su labor humanitaria a través de múltiples ONG’s, Médicos sin Fronteras, Cruz Roja Internacional y Naciones Unidas, por mencionar las más conocidas.

Sabemos de la existencia de esas mujeres y hombres que se alejan de su patria, que abandonan comodidades, amores y familia y que se cuelgan al hombro una mochila repleta de recuerdos y se hunden en inhóspitos lugares donde el pueblo los abraza y los que mandan no los quieren. Sabemos de ellos pero no de sus tareas como para hacerles un reconocimiento de cuando en cuando y solo si escuchamos que les quitaron la vida como paga por su entrega al trabajo humanitario, entonces y acaso, en el pueblo donde arribaron a la vida, ante un representante del gobierno y una misa de cuerpo presente, exaltaremos sus virtudes y haremos con honor la despedida. Ya sabe usted, apreciado Lector, a quienes me refiero, a los extranjeros asesinados durante el asalto a las oficinas de la ONU en Afganistan, donde al menos uno era estadounidense, otro rumano, un sueco, un noruego, 4 nepaleses y por lo menos 4 manifestantes. Esto es el signo de los tiempos: los negocios, la violencia y el luto se globalizan.

Son muchos los ejemplos de tantos voluntarios asesinados a mansalva y en el nombre de todos ellos revisaremos el caso más reciente de los citados colaboradores de la ONU, liquidados como ya dijimos, por extremistas religiosos en la representación de las naciones unidas en la anárquica ciudad afgana de Mazar e Sharif. Este atroz y cobarde atentado, como lo calificó Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, fue perpetrado por la organización terrorista Talibán, según lo manifestó, apréndase su nombre, Zabiulá Mujarhid, uno de sus líderes. ¿Y sabe usted cual fue el pretexto de la masacre? ¡Qué los miembros de la ONU eran visitadores electorales! Y que ya habían advertido que atacarían a los que participaran en las elecciones y que ya están listos para un segundo ataque. Y no es la primera vez que lo hacen, ya anteriormente, en octubre del 2009, atacaron a la ONU matando en esa ocasión a 5 funcionarios. Pero no fue el único pretexto, ya que una turba religiosa atacó con palos y piedras a la sede de las naciones, en represalia porque un gringo loco, religioso, igual de violento, ignorante e intolerante como ellos, anunció una quema pública del Corán, que es el libro sagrado de los musulmanes. Bueno, equivalente a que los seguidores de Mahoma quemaran a la luz del día, una pira alimentada con la Sagrada Biblia, situación hipotética que haría pegar el grito al cielo a los seguidores de Jesús y, hasta ahí, no pasaría a más y ni turba religiosa ni grupo guerrillero alguno, se enfilaría a profanar la sede de las Naciones Unidas en el Distrito Federal. Si acaso levantarían pancartas y vociferarían ante la Embajada de Afganistan que probablemente ni exista, no lo sé. Pero en caso de una 1ª guerra mundial religiosa, ambas religiones en cuanto a número de seguidores, están parejonas: 1,115 millones de católicos contra 1,131 millones de musulmanes o islamitas, casi un tercio de la población mundial, sin meter a los hijos de Buda que, si todos fueran solamente chinos, aportarían 1,300 millones más. Eso sí, las primeras dos religiones a las que nos estamos refiriendo, son monoteístas y predican la paz, aunque no la practican. De siempre se han dado sus buenos agarrones y como ejemplo las Cruzadas.

Ese gringo loco que le he mencionado, provocador profesional y en el camino de aquel pastor Jim Jones, fundador de la secta “El Templo del Pueblo” que condujo a un suicidio colectivo en la Guyana Británica, se llama Wayne Sapp, pastor de una iglesia evangélica de Gainesville, en Florida, y fue el que prendió la mecha al quemar el libro del Corán, fue el detonante de la reacción de los afganos en el ataque a la ONU. Recordará usted que Sapp es colega de Terry Jones (que coincidencia, otro Jones), líder religioso de esa comunidad que en un mes de septiembre, anunció que iba a quemar un Corán para conmemorar el aniversario del ataque a las Torres Gemelas y que a la postre no lo hizo porque le llovieron críticas de todo el mundo e, inclusive, del propio Presidente Obama. Finalmente, Sapp llevó a cabo la promesa de Terry.

Lamentablemente, sendas acciones se realizaron en el nombre de Dios. Ambos atacaron con odio, el peor de los sentimientos del ser humano. Las dos partes fueron causantes de la muerte de personas inocentes y sin embargo se reconocen no culpables porque en su papel, están combatiendo a las fuerzas del mal. La parte afortunada, es que solo Afganistan reaccionó a la provocación de los pastores gringos y si los otros países islámicos no lo hicieron, fue porque están enfrascados en sus propias guerras de liberación de sus oprobiosas dictaduras: Libia, Egipto, Yemen, Argelia, Bahrein, etc., mismas que desde aquí les deseamos que salgan con bien, que el recuento de daños sea mínimo. Entre tanto, continúa la barbarie en el nombre de Dios.

Columnista

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