sábado, 30 de abril de 2011

Inglaterra: Boda de Estado

En los últimos días hemos observado el caso de Inglaterra con motivo de la boda del Príncipe Guillermo, muy próximo Rey, según las abundantes noticias que nos llegan del frío mar del norte. Si hemos de hacer caso a ellas, entonces pongo a su consideración, estimado Lector, mi pronóstico de que tan grandioso evento ocurrirá en un plazo de entre 3 y 5 años, aún en vida de la Reina Elizabeth II, quien no sería extraño que abdicara para asegurarse de que Guillermo la sucederá en el trono más poderoso de la actualidad. No cabe duda que todos los pueblos de la tierra tienen uno o varios motivos de orgullo, le pese a quien le pese. En este caso, al igual que usted, estamos siendo testigos del gran orgullo, revuelo y jolgorio que en el pueblo inglés esta ocasionando la boda de Guillermo y Catalina, lo cual no es una excepción, puesto que en el repaso televisivo de las últimas bodas de la realeza británica, podemos constatar las tumultuosas recepciones, verdaderos baños de pueblo, que reciben los recién casados.



Los que vivimos en países ajenos a los que conservan la tradición de una casa real, miramos con asombro y algo de desconcierto, la sobrevivencia de un cuento de hadas, la fastuosidad y boato de una boda que por razones de Estado no puede ser privada y que no puede desatender la atención mundial sobre tal evento ni la cobertura de los medios de información que, de manera muy intensa, abarca ya un lapso de tres semanas. ¿De donde viene ese poder de atracción? La realeza británica ya no gobierna al país, pero influye en casi todo y lo representa a un nivel equivalente al de máxima autoridad como pudiera tener el Presidente de cualquier otra nación, realidad que solo puede provenir del respeto que los ciudadanos ingleses tiene por su monarquía. En ese respeto radica el poder.



Sin embargo, más allá de leyes, costumbres y nostalgias, lo cierto es que la más poderosa de las monarquías está sostenida con alfileres, ya que dicho respeto es algo que debe renovarse todos los días y pareciera que la familia real hace todo lo contrario para perderlo. La Reina Isabel casó a sus 4 hijos y, hasta hoy, al menos tres ya se han divorciado y, uno de ellos, el Príncipe Carlos de la Princesa Diana, bajo descomunal escándalo y trágico desenlace. De modo que no es de extrañar que la monarquía busque a como de lugar restituir esos votos de respeto, orgullo y flema inglesa, apostando con todos sus recursos a que Willy & Kate constituyan un matrimonio ejemplar, querido y, en especial, respetado no solo por su pueblo si no por todo el mundo.



No me gusta ser aguafiestas, lo he dicho antes y lo repito ahora: a su tiempo, el nuevo Rey tendrá que pagar algunas deudas ancestrales que Inglaterra tiene con los pueblos del mundo, empezando por reubicar en un tono más humilde, más acorde a la nueva realidad democrática que hoy, con retrocesos y empujones campea por todo el planeta, declaraciones como la de su abuela Reina el día de su coronación, la cual tuvo lugar el 2 de junio de 1953 en la Abadía de Westminster. Ahí, expresó: «Declaro ante vosotros que mi vida entera, ya sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la cual pertenecemos todos» . Destaco el concepto “imperial” porque, en serio, se la siguen creyendo. Y claro, hay algo de nostálgicas razones en eso puesto que, si de monarquías se trata, me parece que la casa real inglesa no tiene rival al menos en el mundo occidental. Sus posesiones, ostensible riqueza, influencia de estado y admiración popular, así lo demuestran.



Aprovechando el viaje, le recuerdo así mismo al futuro Rey, de manera sucinta, que no se puede dejar de pensar ante tanto boato, que toda riqueza acumulada en esas proporciones tiene su lado negro: el de la explotación de pueblos propios y lejanos; trabajo esclavizado y sangre derramada de hombres que fueron libres; mujeres violentadas y niños hambrientos, condenados a reproducir las condiciones inhumanas en las que vivieron sus padres; la piratería en alta mar robando a otros ladrones, hecho por el cual ahora se condena a los somalíes. ¿Cuántas viudas y huérfanos argentinos recuerdan hoy la confrontación por las Malvinas? ¿Cuantas vidas se consumieron en Sudáfrica en el proceso de extraer los diamantes que forman parte de las Joyas de la Corona? ¿Y cuanta sangre derramada para extraer de todas las demás colonias lo que no era suyo? Por ejemplo, en 1877, ya sometida la rebelión de los cipayos, la Reina Victoria fue proclamada Emperatriz de la India, el mayor país explotado por la colonización inglesa, ¡la verdadera joya de la Corona!



Que quede claro también, ya lo escribí en otra ocasión, que apreciamos lo bueno que de allá viene, como la fuerza de Londres que esta llena de historia, de cultura y de gente progresista. Que igualmente hay que reconocemos su dosis de pueblo civilizador ya que fue el país que detonó las Revoluciones Industrial y Religiosa. Que Inglaterra ha vertido luz a la humanidad con hombres como Newton, Moro, Darwin, Shakespeare, Dickens, Wilde, entre muchos genios más y, porque no, con prototipos como el Pirata Morgan, The Beatles, James Bond, Sherlock Holmes, Jack el Destripador y ahora Harry Potter.



Así que, apreciado William, te hago llegar una sincera felicitación por tu próximo y emotivo enlace con la bella Kate, mujer que viene del pueblo según me comenta tu abuelita (aquí entre nos, es una gran decisión que te dará mucha fuerza), a la vez que te hago el encarguito de que no olvides recordar a la nueva generación de ingleses, que le deben mucha lana y mucho dolor a casi todos los pueblos del tercer mundo. Ni modo: uno la hace y otro la paga.

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