lunes, 14 de noviembre de 2011

Francisco Blake Mora: ¿Otro Accidente?

Estimado Lector, comparto con usted un sentimiento de incertidumbre y desasosiego, de impotencia y dolor, de susto y acorralamiento, que seguramente usted también sintió al momento de enterarse del mortal accidente que sufrió el joven Secretario de Gobernación. Mire usted: estaba con mi esposa en el super comprando algo para comer al tiempo  que comentábamos sobre el incesante aumento de los precios en los alimentos o en la disminución de la calidad o de la cantidad en los productos que aumentan menos, cuando recibí una llamada de mi hijo comunicándome que se había desplomado el helicóptero en el que viajaba Francisco Blake Mora y que se había confirmado su muerte. Ni más ni menos el segundo Vicepresidente de México que caía en el desempeño de sus funciones en el mismo sexenio.

 La noticia me puso tenso con una ingrata sensación de escalofrío. De inmediato le comenté lo sucedido a mi esposa quien al igual que yo se cimbró con el suceso al tiempo que de sus ojos brotaron sentidas lágrimas. Tal pareciera que hubiéramos perdido a un ser querido cuando ni remotamente hemos tenido trato con el destacado funcionario como no sea mediante los medios de comunicación, los mismos a los que tienen acceso millones de mexicanos. El impacto tan cercano que ambos sentimos por el deceso del  Secretario Blake Mora fue, además de la pena natural por la pérdida violenta de un ser humano, la sensación de sentirnos desprotegidos y de que el país se esta deshaciendo y en cualquier momento nos tocará una muerte violenta a cualquiera de nosotros.

 En el transcurso del día se fueron dando reportes oficiales en el que se muestra que el colapso del helicóptero fue producto de un fatal accidente. Paralelamente, durante ese mismo tiempo se fueron recibiendo los mensajes de condolencia de varios mandatarios desde sus cercanos o lejanos países, con lo que de alguna manera avalaban que lo ocurrido fue, en efecto, un accidente.  Sin embargo, ¿porque a los ciudadanos comunes y corrientes nos invade una sensación de escepticismo ante estas situaciones? ¿Porqué nuestra primerísima impresión es que estamos siendo atacados? ¿Porqué en lo primero que pensamos es en un atentado y no sencillamente que fue un lamentable accidente? ¿Porqué nos atormenta como nación la sospecha y la malicia?

 Las sabias palabras de nuestro pueblo aseguran que la mula no era arisca. Y nosotros ya lo somos. ¿En que momento ha pasado esto hasta convertirnos de un pueblo sano, confiado y solidario, en otro temeroso, confrontado y desconfiado? Porqué si vimos la evidente pena y dolor que se refleja en el rostro del Presidente cuando informa a la nación  de la pérdida de sus apreciados y destacados colaboradores, entonces porque nuestra percepción es de que él tiene la culpa de lo que está pasando y que ni caso tiene hacer tanto ruido, lamentaciones y condolencias por las personas que pierde directamente,  cualquiera que sea la causa, cuando el país entero llora por la muerte violenta de más de 40,000 personas por su combate al narcotráfico sin recibir homenaje alguno. Tan comprometidos con México los unos como los otros.

 El caso es que en los próximos días las dudas se van a multiplicar acentuándose los argumentos de que la causa del accidente fue por un atentado antes que por una razón atribuible al tiempo o a una falla humana o técnica. Que le vamos a hacer, los mexicanos ya no podemos pensar de otra manera a la primera de cambios. Estamos ciscados como sociedad y por ello más vale que las investigaciones ordenadas por el Presidente y que en esencia registran el mismo procedimiento que las aplicadas en el caso de Juan Camilo Mouriño, quien igualmente era Secretario de Gobernación en funciones al momento de su muerte, y cuyos resultados a nadie dejó plenamente convencido. Y más vale un resultado convincente y diáfano, porque a estas alturas lo que esta en juego es la gobernabilidad de un Estado que se aleja cada día más del ciudadano. ¿A quién le toca renunciar o solicitar licencia?

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