sábado, 27 de febrero de 2010

Deporte Suicida vs Deporte Salvaje

Había visto algunas competencias, de manera parcial, de jóvenes empinados sobre una motocicleta conduciéndola a velocidades extremas compitiendo entre sí por la fama, la gloria y, por supuesto, el dinero y no pasa nada si invertimos este orden. Acepto que me embarga un cierto grado de fascinación porque en cada segundo puede producirse una espectacular colisión o una estrujante voltereta o, al menos, una agobiante derrapada; y entre vuelta y vuelta al circuito de competencia he pensado que no hay otro deporte más escalofriante e insensato que este, el de las motocicletas en pistas de alta velocidad.

Al tiempo pensé que no era insensato, si no perfectamente razonable considerando que así como hay personas adversas al riesgo, contrariamente las hay amantes de dicho riesgo y, en el caso de las motonaves (porque son unas naves a propulsión a chorro), pues también hay personas adoradoras del riesgo extremo a un nivel verdaderamente suicida. Entonces clasifico al deporte de las motos y a cualquier otro que se le asemeje y del cual no tengo conocimiento, como un deporte suicida. Ese sería su nombre genérico.

En otros momentos, e igualmente de manera circunstancial y parcial, he visto algunos partidos de Futbol Americano. Igualmente confieso que me llamó de muy buen grado, entre otras muchas características, su organización, estructura, sistema y estrategias de juego y, particularmente, la aplicación justiciera de las cámaras de video que dirimen al instante cualquier controversia suscitada durante el juego y que aliviana la conciencia y los sentimientos de culpa, si los hubieren, de los sufridos nazarenos que, en otros deportes, en su atribulada actividad de impartir justicia durante el desarrollo del juego, casi siempre terminan crucificados.

Sin embargo, hay un detalle sobresaliente que los comentaristas deportivos expresan una y otra vez, y que tiene que ver con el número creciente de lesiones ocurridas en el juego que afectan la osamenta, el sistema nervioso y el tejido muscular de los jugadores y que van desde fracturas expuestas de brazos y piernas hasta parálisis total del cuerpo y muertes por lesiones en el cráneo, pasando por alucinaciones, temblores y alteraciones de la conducta. Poco se sabe, estadísticamente, de estos casos, aunque mucho se comenta sobre ellos. Vamos, ni en el suicida deporte de las motos que compiten cada semana, se oye de dichos temas como ocurre con el futbol americano en el que, los equipos campeón y subcampeón, solo juegan 20 o 21 partidos por temporada. En el béisbol, p. ej., se juegan 120 partidos por campeonato.

Observo, que la causa de tales afecciones y descalabros, ocurren por la ingenua misión que recibe un jugador de recibir la bolita. Sigo comparando con el béisbol: en este deporte, cuando la pelota está en el aire, el jugador más cercano va por ella y ninguno de los adversarios interviene, vamos, ni siquiera le hace mosca, y sus compañeros lo van dirigiendo para evitar en lo posible que se golpee. Ocasionalmente no se entienden y llegan a colisionar, pero es meramente accidental. En cambio, en el futbol americano el que hace por la pelota únicamente se fija en ella, como si estuviera solo en el estadio, como si nadie pudiera darle un golpe artero o a mansalva y, desgraciadamente, esto es lo que ocurre: en tanto uno va por la pelota, varios más van por él, como perros de caza y violentamente se le van encima con la sana intención de arrancarle la cabeza o, al menos, algunas costillas.

Veamos otro ejemplo. En el box se enfrentan dos deportistas que frente a frente se dan de golpes. Cada uno puede ver las intenciones del otro y prevenir una acción de defensa en proporción a la velocidad y potencia del golpe hacia la zona dirigida y saben que nadie los atacará por la espalda, ni el árbitro aunque estuviera vendido. En el futbol americano, esto no es posible, porque al tiempo que un determinado jugador, digamos el receptor, observa solamente el balón, varios otros jugadores lo observan a él desde todos los puntos cardinales y, por el hecho de atajar la bola, sus adversarios adquieren el derecho de pegarle con toda su potencia, empleando todo el peso de su cuerpo, con alevosía, ventaja y, por si faltaran agravantes, tumultuariamente.

Así, el futbol americano parece una remembranza del circo romano en el que aventaban a la arena a un indefenso cristiano contra varios hambrientos leones. Algunos críticos dicen que el box es un deporte salvaje. Lo dicen también de la fiesta de los toros. Y no faltan quienes también lo dicen de este futbol americano, con lo cual, junto con el box, se les podría clasificar con el nombre genérico de un deporte salvaje. Pero dado que en el futbol americano, el jugador que recibe la bolita y por tanto la paliza, nunca sabe al momento quien se la va a dar ni con que intensidad, entonces abro para este tipo de deportes con el agravante de la ceguera voluntaria o masoquista que ya hemos detallado, una clasificación especial con que lo denomino como un deporte estúpidamente salvaje.

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