sábado, 5 de marzo de 2011

Unidad Latinoamericana

Los Presidentes y Primeros Ministros, en su caso, se reúnen en la cumbre política, periódica y frecuentemente, para tratar los problemas que nos son comunes. Cumbres van y cumbres vienen, Los cerros reverdecen y las montañas se enfrían y la unidad latinoamericana y del caribe no deja de ser un mal sueño pero sí un buen propósito. La junta celebrada hace un año en Playa del Carmen, México, inició con un título “innovador” que más bien divide, no une: “Cumbre de la Unidad Latinoamericana y del Caribe”. ¿Porqué separar el Caribe si todo al sur del Río Bravo es Latinoamérica? Si van a hacer distingos podría ser menos obvios para separar a los caribeños denominando la junta algo así como “Cumbre de la Unidad Norte (aunque solo sea México), Centro, Sudamericana y del Caribe”. Por lo pronto no hay alguien que se adjudique dicho atentado.

El caso es que en dicha Cumbre, de un plumazo se descartó la importancia de los intereses políticos, que no ideológicos, en este proceso de unidad que, precisamente, es uno de los obstáculos mayores que sufrimos como pueblos hermanos para crecer como una unidad regional. Y si no, bastaría con observar a los Presidentes de Latinoamérica para concluir que, si no de manera individual, al menos por bloques, cada uno tendría una visión distinta de cómo debe ser dicha integración y no cederían ni un ápice en favor de otro. Y ahí quedaron a la vista los discursos, los enfoques y los pleitos: en una esquina Chávez, Evo, Correa y Ortega, por ejemplo; en la otra esquina Calderón, Cristina, Uribe y Bachelet y en el medio Lula buscando equilibrios cargando el peso específico de Brasil a ratos por un lado, a ratos por el otro. ¿Y Castro donde queda? Desde luego, como observador en ring-side. El resto del mundo, espectadores del gran evento, muertos de la risa viendo como Chávez y Uribe casi se liaban a golpes en el centro de la Cumbre de la Unidad.

Pues este es el gran problema, esos señores nunca van a ponerse de acuerdo y mucho menos cuando, atrás de ellos, en sus respectivos países, influyen sus grupos de poder que jalan agua para su molino y solo ven en la integración de América Latina una oportunidad de expandir sus negocios. Así, la unidad latinoamericana es una utopía.

La unión de nuestros países no es cuestión de derechas ni de izquierdas si no de sentido común para fortalecer a nuestros pueblos frente a la amenaza permanente de los países desarrollados y, ahora, del creciente y arrollador bloque asiático. Desde luego que para avanzar sobre dicha integración, habrá que conciliar por separado los intereses de los hombres de negocio y de los pueblos, que no son los mismos; habrá que sacrificar intereses personales anteponiendo el bien común y la grandeza de la región y, sobre todo, aceptando que lo más importante ya está hecho: nuestros pueblos están unidos, nos queremos, estamos identificados, cuando vamos a otro país de la región nos reciben con alegría y afecto, de la misma manera que recibimos a los que vienen de los otros pueblos hermanos. Los poquitos que constituyen los grupos gobernante y empresarial, son los que tienen las diferencias de que en su momento expuso Calderón, mismas que deben tratarse con cirugía mayor, porque son los que no nos dejan unirnos. A esta observación, habrá que añadir también los intereses extra-regionales, a los que por mucho les conviene que nuestros países se mantengan así, desunidos política y económicamente.

Aseguremos ahora, como consecuencia de lo anterior, que el enemigo principal de la unidad latinoamericana lo tenemos adentro de nuestros propios países y decimos esto sin menospreciar la virulencia del enemigo externo para quien, nuestra desunión, representa jugosos negocios como la venta de armas, tecnologías de segunda, créditos atados y, para colmo, entre otros muchos, la venta de alimentos básicos exóticos y chatarra. Nuestro principal enemigo interno se desdobla en dos caras, la ignorancia del pueblo y la codicia de los dirigentes y, desde luego, esta última se aprovecha de la primera. En tanto los presupuestos públicos no se orienten a ser aplicados con generosidad a la educación e investigación, el desarrollo de nuestros pueblos continuará con pasmosa lentitud.

¿De donde sacaremos los recursos? No faltará quien se haga esta pregunta y, bueno, se ha dicho muchas veces que no se trata de gastar más, si no de hacerlo mejor. ¿No hay dinero para educación? ¿Entonces para que se gastan 60 mil millones de dólares en América Latina (cifra mencionada por el Presidente de Costa Rica, que no tiene ejército) en soldados, armas y equipamiento bélico? ¿Acaso es porque nos sentimos amenazados por nuestros hermanos y pueblos vecinos? ¿O porque en el fondo nos queremos aventar una guerrita con los primos de Norteamérica? Claro que no. Se quiere un ejército pero para usarlo en contra de cada uno de nuestros pueblos, para defender los “intereses nacionales”, ¿intereses de quien?, si la mayoría estamos muertos de hambre y el único interés es tener para comer.

El asunto es que ésta y muchas otras distorsiones presupuestales y estrategias de comercio exterior, solo serán resueltas de fondo si Latinoamérica se integra en un bloque social, económico y político. El primero ya está resuelto por la fuerza de la historia y del origen. Los otros dos deben avanzar de manera seria a partir de la accidentada Cumbre de la Unidad realizada en Playa del Carmen, México, constituyendo un grupo de Secretarios Especiales de Estado, dependiendo directamente del Presidente de cada país, cuya única función sea trabajar de tiempo completo por la integración de Latinoamérica. Por ende, las juntas futuras serían para evaluar los avances y corregir rumbos y no como hasta ahora que son una pasarela de planes y un concurso de poses fotográficas.

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