domingo, 5 de junio de 2011

¡Indignados!

Y como no, si la ruta de la esperanza para obtener una vida y un trabajo digno, cada día se estrecha más. Uno se entera por las noticias que el viento nos trae de otros continentes y, en apego a la obviedad, también por los medios electrónicos que vuelan instantáneamente y por los periódicos que día a día a nuestras manos llegan nutridos de las opiniones más diversas y encontradas que abundan sobre lo acontecido. También nos llegan los recuerdos de aciagos días como los de mayo de 1968 que, iniciados en París, sacudieron al mundo entero.

Pareciera que lecciones tan duras harían a los líderes de cada sociedad más sensibles y capacitados para conducirnos por sendas más justas y equitativas, para encontrar fórmulas que provean a los pueblos de una vida digna y civilizada y para estimular el potencial y la creatividad de los jóvenes, entre otros varios objetivos básicos y fundamentales. Y no es así. A más de cuarenta años del mes de las flores en Francia y del genocidio en el calendario de los plenilunios en Tlaltelolco, la tensión social supura de nuevo y parece reventar otra vez en mayo pero ahora en España. Los que fuimos inmunes a las balas durante las marchas de aquellos días, observamos hoy que las demandas encabezadas por la juventud española son las mismas de antaño, como igual es la cerrazón de las autoridades que en Barcelona golpearon brutalmente, en la Plaza de Catalunya, a una juventud que la ocupó en demanda de trabajo digno.

El movimiento juvenil del que venimos comentando, dio inicio en Madrid de manera “ilegal”, dos días antes de las elecciones comunitarias (se prohíben actos públicos antes de la fecha establecida para las elecciones), cuando cientos de jóvenes indignados con la incompetencia de la “clase” política española, acamparon en la Plaza del Sol el día 15 de mayo, de aquí el nombre del movimiento 15-M y su expresión de indignación. En el 68 etiquetaron el movimiento estudiantil como un asalto comunista-socialista a las libertades del mundo occidental y en defensa de esa libertad mataron a miles de inocentes. Por eso mismo hoy es necesario evitar las etiquetas políticas del movimiento español que, significativamente, atestigua la sucesión o caída, es igual, del partido socialista en el poder (PSOE) por el arribo del partido de derecha (PP). Parece demostrarse así, que los signos derecha-izquierda han dejado de tener relevancia, sustituidos por la evidencia inobjetable de que la mayoría de los ciudadanos en todo el mundo, como si se tratara de una pandemia, sufren del mismo mal: pobreza.

Por lo tanto, en el movimiento 15-M lo mismo caben las personas más progresistas que las más conservadores; los creyentes y los no creyentes; los que se afilian a determinada ideología política y los apolíticos, pero lo que les proporciona un común denominador, es que “todos están preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que observan a su alrededor, por la corrupción de los políticos, empresarios y banqueros y por la indefensión del ciudadano de a pie". ¿Acaso estos motivos no suenan a México?

Los jóvenes españoles reclaman en sus manifiestos, lo mismo que los nuestros. Juzgue usted: “derechos garantizados a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal y al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz". ¿Hay en estos reclamos algo fuera de las necesidades y aspiraciones razonables de los pueblos? ¿Hay en ello algo ofensivo que justifique una respuesta a punta de garrotazos y balas? Los golpes y los balazos no aplacan al pueblo, por el contrario, lo enardece.

Los jóvenes estudiantes y desempleados españoles no se aparcan en la zona del reclamo, si de la indignación y para acabar con ella proponen un modelo basado en la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, bienestar y felicidad de las personas. ¿No hay políticos que abanderen esta causa? Pues no los hay, porque el sistema actual de libre empresa y gobierno asociado no se enfoca primordialmente a solventar dichas necesidades del colectivo, convirtiéndose así en una fuente cíclica de malestar social y crecimiento desequilibrado. Los jóvenes madrileños promueven una “Revolución Ética” para acabar con el consumismo que beneficia a una minoría, con una estructura política que no los representa y con una realidad económica que los arroja al paro y los excluye de sus beneficios. Nos indigna –dicen-, porque no somos una mercancía de políticos y banqueros. Yo, que no soy tan joven, ya me indigné. Bueno, pues pongan sus barbas a remojar quienes deban de hacerlo en México, porque la juventud –decía el poeta Jaime Sabines-, es contagiosa.

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