sábado, 26 de febrero de 2011

Narcovacunas

Al igual que usted, estimado Lector, he observado a través de la prensa y la televisión, los coletazos de muerte que están asestando a sus respectivos pueblos, los corruptos, opresores y longevos mandos dictatoriales en varios países del norte de áfrica y de asia menor: Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Jordania y Yemen, entre otros, y nos solidarizamos con el dolor y la pena que hoy agobia a esos países que, aunque lejanos, no son menos hermanos. También nos escandaliza y nos invadimos de impotencia al saber de la brutalidad con que esos hermanos son repelidos por la fuerza militar, salvo honrosas excepciones, traduciéndose en cientos de muertos y miles de heridos.

Haciendo un breve recuento, en pocos días se han registrado cerca de 2,000 muertes y más de 15,000 heridos, de los que la dictadura Libia es responsable por más de la mitad de dichas cifras. Esta bárbara masacre sobre el pueblo libio no puede concluir con el simple exilio de Omar Kadafi (o como se escriba, que no tengo ningún interés en hacerlo con propiedad), un exilio de lujo, lujuria y oro sobre la sangre derramada y las segadas esperanzas de generaciones enteras de jóvenes y niños inocentes. No señor, Kadafi debe ser juzgado y castigado según las Leyes del pueblo libio.

Observe usted como nuestra capacidad para indignarnos y horrorizarnos con lo que está pasando en esos pueblos árabes es muy grande y dolorosa y observe también nuestro muy alto potencial de asombro ante la increíble saña con que la población civil es reprimida y nuestra profunda tristeza y pesar ante las desgarradoras escenas que nos muestran de los familiares y amigos de los hombres y mujeres caídos y también, al mismo tiempo, nuestra incredulidad por el salvajismo represor y el inexplicable e imperdonable número de muertos registrados en esos 6 o 7 países que juntos suman 190 millones de habitantes: ¡2,000 muertos! ¡No puede ser! –decimos-, ¡esperemos que esta tragedia no trascienda a una guerra civil!.

Pues que le cuento, salvo muy loables excepciones, esa capacidad de indignación, dolor e impotencia que le digo respecto de lo que le pasa a los pueblos árabes, aquí en México, a pesar de lo que nos esta pasando día a día y desde hace más de 4 años (diciembre del 2006), ya no sentimos nada. Los reportes sobre los muertos con violencia de cada día, a balazos, puñaladas y granadas, ya parecen choteo, ya ni son tema de plática ni noticia de alto impacto; 20 o 30 y hasta 40 muertos diarios no nos conmueven y menos los asaltos y los secuestros, ¡claro!, en tanto a nosotros y a nuestras familias no les ocurra algo de esa abundante criminalidad que nos pasa rozando pero que la sentimos lejos y ajena.

Y dígame usted si no es así. Reflexionamos con gravedad que es inaceptable e impropio de nuestros civilizados tiempos, tantos muertos entre los árabes tan solo por protestar en las calles su hartazgo ante la falta de libertad y oportunidades para alcanzar mejores niveles de bienestar económico. El precio hasta hoy, inaceptable desde luego, son 2,000 civiles inocentes. Bueno, pues en México, por una guerra que no declaramos, que no nos es ajena pero en la que tampoco nos dan armas ni elementos para participar, llevamos la desmesurada cifra de ¡35,000 muertos!, es decir, 700 cristianos al mes o, si usted lo prefiere, 23 matados por día que, además, suben al cielo muy lentamente por la cantidad de plomo que llevan en el cuerpo.

¿Quienes sufren las consecuencias de esta diaria matanza? Solamente los familiares de las personas asesinadas, secuestradas, amenazadas o heridas. Los demás, si acaso alzan los hombros en señal de resignación por lo que está pasando. Dicho de otra manera: si la guerra es del Estado mexicano en contra de los narcotraficantes y entre éstos de unos contra otros para ganar territorios, y los ciudadanos quedamos atrapados en el fuego cruzado y no podemos dimensionar el significado de 35,000 muertos violentamente, entonces estamos vacunados, es decir, ¡narcovacunados!

Se dice que a partir de los años 90, los cárteles mexicanos cobraron fuerza debido al cese de operaciones de los cárteles colombianos, en particular los de Cali y de Medellín, y que en la actualidad los mexicanos dominan la totalidad del mercado de drogas de los Estados Unidos. Es posible, ante esta circunstancia, que el gobierno de los Estados Unidos haya inducido al gobierno mexicano a combatir severa y contundentemente a los cárteles de México, pues ya el comercio de estupefacientes se operaba prácticamente en la frontera mexicana, es decir, a las puertas de su casa.

Lo que siguió después fue el arresto de algunos líderes importantes de los cárteles, particularmente de los de Tijuana y del Golfo, así como la gran militarización del territorio mexicano, acción que provocó una respuesta violenta, consistente y, supongo que inesperada, de parte de las organizaciones criminales.

La estrategia adoptada por el gobierno mexicano en su lucha contra el crimen organizado ha tenido duras críticas por parte de numerosas organizaciones civiles que han señalado que la presencia del Ejército en las calles ha coincidido con un aumento en el número de violaciones a los derechos humanos. Al tiempo, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ha alertado sobre el aumento de quejas recibidas por esta cuestión.

La verdad, no veo como pudiera ser de otro modo, puesto que, por ejemplo, si se revienta una granada en medio de un amotinamiento en una cárcel, para someter a los reos, se puede anticipar con certeza que habrán algunos muertos y muchos heridos. Pues eso es el ejército, una granada, y no puede moverse con delicadeza cuando de someter a una organización criminal se trata. El ejército es una fuerza efectiva, frontal, visible y contundente, y como tal está concebida y entrenada y no se le puede criticar por ello. Considero que su misión la ejerce con disciplina y patriotismo y en su accionar, involuntariamente, se llevará a algunos entre las balas destinadas para otros.

Que se puede hacer. Por lo pronto ya no queremos más vacunas. No queremos otra dosis que nos haga insensibles a otras 35,000 bajas. Me parece que este número, por su propio peso obliga a cambiar la estrategia del Estado para combatir a los cárteles. El primer paso podría ser retirar al ejército de esta misión de combate al tiempo que se reconstruyen los cuerpos policiacos que son los adecuados para este tipo de delitos; el segundo, que los Estados Unidos blinden su frontera para evitar el flujo de armas “made in usa” hacia México y simultáneamente que la droga no pueda pasar hacia ellos; y, tercero, que el Gobierno de México le permita el libre paso y actividades a la DEA y al FBI para que se hagan cargo de esta bronca y, por favor, que los mexicanos que queremos vivir sin necesidad de las narcovacunas, que no veamos esto como una invasión norteamericana. Total, cuando les de la gana pueden invadir. Aún siguen en Irak que les queda más lejos.

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